¿Cómo se digieren los huevos en el cuerpo?

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En la boca, la amilasa salival inicia la digestión de los pocos carbohidratos presentes en el huevo. La acción principal ocurre en el estómago, donde el ácido clorhídrico y la pepsina descomponen las proteínas en péptidos más pequeños, preparándolas para su absorción en el intestino delgado.
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El fascinante viaje de un huevo a través de tu sistema digestivo

Los huevos, fuente inigualable de proteínas y nutrientes esenciales, son un alimento básico en muchas culturas. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué ocurre con ese huevo pochado, revuelto o frito una vez que lo ingieres? Su transformación dentro de nuestro cuerpo es un proceso fascinante de descomposición y absorción que asegura que obtengamos el máximo provecho de sus valiosos componentes.

El viaje comienza en la boca, donde la masticación, además de fragmentar mecánicamente el huevo, lo mezcla con la saliva. Aquí, la amilasa salival, una enzima presente en nuestra saliva, inicia la digestión de los escasos carbohidratos presentes, principalmente en la yema. Sin embargo, la verdadera magia ocurre en el estómago.

En este órgano, el ambiente ácido, gracias al ácido clorhídrico, desnaturaliza las proteínas del huevo, desplegándolas y haciéndolas más accesibles a la acción enzimática. La pepsina, una enzima crucial producida en el estómago, entra entonces en escena. Esta enzima actúa como unas tijeras moleculares, cortando las largas cadenas de proteínas en fragmentos más pequeños llamados péptidos. Imaginemos un collar de perlas: la pepsina corta el collar en tramos más cortos, facilitando su posterior procesamiento.

El viaje continúa hacia el intestino delgado, donde el panorama cambia drásticamente. El pH se vuelve alcalino, neutralizando la acidez del quimo proveniente del estómago. Aquí, las enzimas pancreáticas, como la tripsina y la quimotripsina, entran en juego, continuando la fragmentación de los péptidos en unidades aún más pequeñas: los aminoácidos. Simultáneamente, las lipasas, también provenientes del páncreas, se encargan de descomponer las grasas presentes en la yema, principalmente colesterol y fosfolípidos, en ácidos grasos y glicerol.

Finalmente, en la última etapa de este fascinante proceso, las células que recubren la pared intestinal absorben los aminoácidos, ácidos grasos, glicerol y otros nutrientes liberados durante la digestión. Estos nutrientes pasan al torrente sanguíneo, distribuyéndose por todo el organismo para ser utilizados en la construcción y reparación de tejidos, la producción de energía y otras funciones vitales.

En resumen, la digestión de un huevo es una sinfonía orquestada de acciones mecánicas y químicas, donde cada enzima juega un papel crucial en la transformación de este alimento en componentes asimilables por nuestro cuerpo. Desde la amilasa salival en la boca hasta la absorción de nutrientes en el intestino delgado, cada paso es esencial para obtener el máximo beneficio de este alimento tan completo.