¿Cómo nació la música?

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La música antigua surgió imitando sonidos naturales, principalmente cantos de aves. Instrumentos primitivos reproducían estos reclamos, naciendo así una expresión artística vinculada a la observación y recreación de la naturaleza.

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El Silbido del Viento, el Susurro del Río: Descifrando el Nacimiento de la Música

La pregunta “¿Cómo nació la música?” es una de esas interrogantes fascinantes que escapan a una respuesta definitiva. No existe un momento preciso ni un inventor registrado. Sin embargo, podemos reconstruir, a través de la arqueología, la antropología y la etnomusicología, un posible escenario de su gestación, una historia que se inicia mucho antes de la existencia de las partituras o los conservatorios. No se trata de un “Big Bang” musical, sino de una lenta y gradual evolución, un proceso orgánico que refleja la misma evolución de la especie humana.

La premisa más aceptada sitúa el origen de la música en la imitación de sonidos naturales. No se trata simplemente de un eco pasivo, sino de una interacción activa con el entorno. Imaginen a nuestros ancestros, habitantes de las primeras sociedades cazadoras-recolectoras, inmersos en un mundo sonoro rico y complejo. El canto melodioso de las aves, el murmullo del viento entre las hojas, el susurro del agua en un arroyo, el rugido de un animal… Estos sonidos, lejos de ser simples estímulos auditivos, se convertían en parte integrante de su realidad, moldeando su percepción del mundo y, por ende, sus expresiones artísticas.

Más allá de la mera imitación, nuestros antepasados no solo escuchaban, sino que respondían. El canto de un ave podía ser imitado, no solo para llamar la atención o comunicarse, sino para recrear la belleza percibida, para expresar una emoción, una sensación, una conexión con el entorno. Esta actividad, que podríamos denominar “proto-música”, no requería instrumentos sofisticados. La voz humana, el instrumento más antiguo y universal, fue la herramienta principal. Se añadían, probablemente, golpes rítmicos con piedras o palos sobre troncos huecos, anticipando la percusión y marcando el pulso que subyace a la música misma.

La creación de los primeros instrumentos musicales representó un paso significativo. Flautas rudimentarias, elaboradas con huesos de animales o cañas huecas, imitaban los silbidos y cantos de pájaros, amplificando y moldeando los sonidos naturales. Tambores hechos con pieles estiradas sobre recipientes de madera o arcilla permitían generar ritmos más complejos, replicando el latido del corazón de la naturaleza, el ritmo de la lluvia o el retumbar de la tierra.

No es una exageración decir que la música, en sus inicios, era una extensión de la naturaleza misma. Una manera de integrarse en el entorno, de comprenderlo y de expresarlo. No era una entidad separada, sino una parte fundamental de la vida cotidiana, estrechamente ligada a rituales, ceremonias y actividades sociales. Su nacimiento, por lo tanto, no es un evento puntual, sino un proceso evolutivo continuo, una conversación milenaria entre el ser humano y el mundo que lo rodea, una conversación que continúa resonando hasta nuestros días.