¿Por qué se llama ocaso?

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El término ocaso proviene del latín occasus, que significa caída. Este vocablo, adoptado en el siglo XVI, describe la caída del sol bajo el horizonte, reflejando la acción del verbo occidere, caer o morir, aplicado a los cuerpos celestes.
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El Ocaso: Un Despedida Ígnea con Raíces Latinas

El ocaso. La palabra misma evoca imágenes: el cielo incendiándose en una paleta de naranjas, rojos y violetas, mientras el sol, majestuoso y ardiente, se desploma lentamente hacia el horizonte. Pero ¿de dónde proviene este término tan poético, tan cargado de significado? La respuesta nos lleva a la raíz misma del latín, a una comprensión profunda de cómo se percibía el ciclo diurno en épocas pasadas.

El vocablo “ocaso” no es una invención arbitraria; su origen se encuentra en el latín occasus, que de manera literal significa “caída”. No se trata de una simple caída cualquiera, sino de una caída de gran importancia, la del astro rey, el Sol, al concluir su recorrido diario por el firmamento. Esta acepción, adoptada en la lengua española durante el siglo XVI, revela una concepción del tiempo y del cosmos profundamente ligada a la observación celeste.

La precisión de occasus se intensifica al observar su relación con el verbo latino occidere. Occidere, literalmente “caer” o “matar”, va más allá de una simple descripción física. Al aplicarse al sol, implicaba una suerte de “muerte” diaria del astro, una desaparición que anunciaba la noche, el reino de las sombras. Esta interpretación, cargada de simbolismo, trasciende la mera constatación astronómica. En culturas antiguas, el ocaso no era sólo un evento físico, sino un momento ritual, un instante de transición entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el día y la noche.

La incorporación de occasus al español, con la evolución fonética correspondiente, nos legó el término “ocaso”, un vocablo que conserva intacta la fuerza semántica de su origen latino. Al usarlo, no solo describimos la puesta del sol; evocamos también esa sensación de finalización, de descenso, de un ciclo que concluye para dar paso a otro. Es una palabra que respira historia, que evoca la admiración de nuestros antepasados por los ritmos cósmicos y su profunda reflexión sobre el paso del tiempo. Por ello, “ocaso” no es simplemente una palabra; es un portal a la rica tradición lingüística y a la ancestral observación del cielo. Un recordatorio poético de la inevitable caída, y también, de la promesa de un nuevo amanecer.