¿Qué dijo Gabriel García Márquez cuando recibió el Premio Nobel?

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En su discurso de aceptación del Premio Nobel, Gabriel García Márquez expresó su gratitud a la Academia Sueca. Reconoció el honor de unirse a los autores que lo inspiraron y que nutrieron su pasión por la escritura, describiéndola como un delirio sin apelación. Agradeció la distinción que lo situaba junto a esos maestros.

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El Delirio Sin Apelación: Gabriel García Márquez y su Discurso Nobel

El 10 de diciembre de 1982, Gabriel García Márquez, con su voz cargada de la magia y la melancolía propias de Macondo, pronunció un discurso ante la Academia Sueca que trascendió la formalidad de la ceremonia. Más que una simple expresión de agradecimiento por el Premio Nobel de Literatura, su alocución fue un manifiesto, un emotivo testamento de su vida dedicada a la escritura, una reflexión sobre la naturaleza misma de la creación literaria y un homenaje a los gigantes sobre cuyos hombros se había erguido.

Si bien agradeció efusivamente el honor de recibir el premio, su discurso no se centró en la celebración personal. García Márquez no se limitó a una fría enumeración de agradecimientos protocolarios. En su lugar, tejió una narrativa, una pequeña obra maestra en sí misma, que reflejaba la esencia de su obra: la fusión entre lo real maravilloso y la profunda reflexión sobre la condición humana. El escritor colombiano no se contentaba con simplemente recibir el reconocimiento; buscaba entender su significado dentro del contexto de su propia vida y de la historia de la literatura.

Su mención a la escritura como un “delirio sin apelación” es quizá la frase más recordada de su discurso. Esta imagen, tan potente y evocadora, captura la esencia de su proceso creativo, ese impulso irresistible, esa obsesión casi enfermiza por dar forma a las historias que bullían en su interior. No era un simple trabajo, sino una necesidad vital, una entrega completa e incondicional a la palabra escrita.

Pero el “delirio” no era una expresión de locura, sino de una pasión desbordante, guiada por una búsqueda incansable de la verdad y la belleza, a través de una narrativa que redefinía los límites de la realidad. Este “delirio sin apelación” se nutría de las influencias literarias que el mismo García Márquez reconocía y celebraba en su discurso, rindiendo tributo a aquellos autores que habían forjado su propia visión del mundo y que le habían enseñado a navegar por el complejo laberinto de la creación literaria.

En definitiva, el discurso de aceptación del Premio Nobel de Gabriel García Márquez no fue una simple formalidad. Fue un acto de profunda reflexión sobre el oficio de escritor, un homenaje a sus maestros y un testimonio vibrante de la fuerza transformadora de la literatura. Fue, en sí mismo, una pequeña obra de arte, una muestra más del “delirio sin apelación” que lo llevó a la cima de la literatura universal. Su legado, en palabras y acciones, continúa resonando aún hoy, inspirando a nuevas generaciones de escritores a perseguir su propio “delirio sin apelación”.