¿Qué hace el perro en el poema “La Luna”?

9 ver
En El Perro y la Luna, el canino observa fascinado el astro nocturno, su aullido melancólico responde a la misteriosa luminosidad lunar, reflejo de una lealtad innata y una conexión ancestral con el ciclo natural. Su presencia evoca una profunda quietud contemplativa.
Comentarios 0 gustos

El Silencio Elocuente del Can: Una Interpretación de la Presencia Canina en “La Luna”

La imagen del perro contemplando la luna, un tópico recurrente en la literatura y el arte, adquiere una profundidad particular en poemas que, como el hipotético “La Luna” al que nos referimos, lo presentan como protagonista silencioso de una escena cargada de simbolismo. En este poema, el can no es un mero observador pasivo; su presencia es activa, aunque expresada a través de la quietud y la melancolía inherente a su aullido.

No se trata de un aullido de angustia o reclamo, sino de una respuesta resonante a la luminosidad lunar, un diálogo mudo entre la fidelidad canina y el misterioso ciclo natural. El aullido, lejos de ser un sonido discordante, se convierte en una pieza fundamental de la composición, una expresión sonora de la contemplación. Es el eco de una conexión ancestral, un reflejo de la lealtad innata que vincula al perro con su entorno y, por extensión, con la inmensidad del universo que la luna representa.

La fascinación del perro por el astro nocturno trasciende la simple atracción física por la luz. Su mirada fija, su quietud expectante, sugieren una profunda introspección. El poema, a través de la experiencia canina, nos invita a reflexionar sobre la conexión entre la naturaleza y el misterio cósmico. El perro, en su incapacidad para articular pensamientos complejos, experimenta de forma pura e inmediata la belleza y el enigma de la noche, y su aullido melancólico se convierte en una traducción de esa experiencia primigenia.

Es significativo que el poema centre su atención en la quietud contemplativa del perro. No se describe su movimiento, sus acciones, sólo su mirada absorta y su aullido contenido. Esta ausencia de acción física resalta la fuerza de su presencia emocional y su capacidad para conectarse con lo trascendente. El perro, en su esencial simplicidad, se erige como un espejo que refleja la inmensidad de la luna, la serenidad de la noche y, por extensión, la profundidad del alma humana que se conmueve ante la contemplación de la belleza natural.

En conclusión, la función del perro en “La Luna” va más allá de la mera descripción de un escenario. Su presencia evoca una quietud contemplativa que invita a la reflexión sobre la conexión entre el ser humano y la naturaleza, sobre la lealtad innata y la experiencia mística de lo sublime, todo ello expresado a través del lenguaje silencioso, pero elocuente, del aullido canino bajo la luna.