¿Qué le dijo una cucaracha a otra?

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Dos cucarachas charlaban en la penumbra. Una, con antenas caídas, confesó con pesar a su compañera: Me rindo, amiga. Mis patitas flaquean y el asfalto abrasa. Ya no puedo más, esta ciudad me ha vencido.

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La Ciudad de Asfalto y el Susurro de las Antenas

La penumbra bajo el contenedor rebosante de basura proyectaba largas sombras, danzando con la pálida luz de la luna. Dos cucarachas, diminutos puntos negros en la inmensidad del entorno urbano, compartían un espacio reducido, un territorio conquistado entre la indiferencia y el desprecio humano. Una de ellas, con sus antenas lacias y arrastrándose con visible dificultad, emitió un susurro apenas audible: “Me rindo, amiga. Mis patitas flaquean, y este asfalto… ¡este asfalto me abrasa!”.

Su compañera, con una agilidad sorprendente a pesar de su tamaño, se giró lentamente, sus facetas reflejando la tenue luz. No era una expresión de compasión lo que se veía en ellas, sino una mezcla de incredulidad y –quizás– una pizca de…¿conmiseración? En el reino de las cucarachas, la debilidad era una sentencia de muerte.

“Pero… ¿qué dices?”, respondió con voz apenas más alta que un suspiro. “¿Vencida por la ciudad? ¡Nosotros, las cucarachas, somos las reinas del subterfugio! Dominamos los rincones oscuros, nos alimentamos de los desechos de la civilización… ¡estamos en todas partes!”.

La cucaracha abatida soltó una risita seca y triste. “Eso era antes, amiga. Antes de que instalaran esas nuevas luces LED. Antes de que el olor a lejía se apoderara de cada grieta. Antes de que… de que me sintiera tan… sola. Cada esquina es un campo de batalla, cada paso un desafío. Ya no hay refugio en esta jungla de cemento. Me siento… exhausta.”

Un silencio denso, puntuado solo por el goteo de un grifo oxidado, se apoderó del espacio entre ambas. La cucaracha enérgica se aproximó cautelosamente, sus antenas titilando en un gesto que, en su lenguaje, equivalía a una evaluación cuidadosa. Finalmente, dijo con una voz más suave, más maternal: “Entonces… quizás necesites un nuevo… territorio. Hay rumores de un almacén en el este, dicen que es un paraíso olvidado, lleno de desperdicios y… oscuridad.”

La cucaracha cansada levantó ligeramente la cabeza. Una chispa, tenue pero perceptible, brilló en sus diminutos ojos. “Un paraíso… olvidado…”. Suspiró, un suspiro que parecía contener el peso de toda la ciudad. “¿Crees que… pueda encontrarlo?”

La otra cucaracha asintió con la cabeza. “Lo encontrarás. Porque incluso en la ciudad de asfalto, la supervivencia es un susurro entre las antenas, un camino que se encuentra, paso a paso, en la más profunda de las sombras.” Y, con eso, se alejó hacia la oscuridad, dejando a su compañera con una nueva esperanza, un nuevo objetivo en su cansado corazón de insecto.