¿Qué significa nadar a dos aguas?

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La expresión nadar entre dos aguas describe una estrategia de indecisión frente a opciones contrastantes. Implica evitar un compromiso firme, buscando mantenerse neutral. Si bien puede parecer una táctica segura, a menudo conlleva mayores riesgos al postergar la elección. En política, sugiere un intento de no alienar a facciones opuestas.

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Nadar entre dos aguas: el arte (y el peligro) de la indecisión

La expresión “nadar entre dos aguas” evoca una imagen vívida: un nadador indeciso, incapaz de decidirse por una orilla u otra, luchando contra la corriente sin un rumbo definido. Esta metáfora trasciende la piscina y se ha convertido en una descripción acertada de una estrategia –o mejor dicho, una falta de estrategia– en la toma de decisiones, tanto en la vida personal como en el ámbito público.

Significa, en esencia, evitar tomar una postura definitiva frente a opciones contrastantes. Se trata de una actitud de ambigüedad deliberada, un intento de mantenerse neutral y equidistante de dos polos opuestos. El individuo que “nada entre dos aguas” busca evitar el conflicto, el compromiso firme y la responsabilidad que conlleva tomar partido. Apuesta por la ambigüedad como escudo protector.

A primera vista, esta estrategia puede parecer prudente, incluso segura. Se evita el riesgo de tomar una decisión errónea y sufrir las consecuencias. Se minimiza, al menos aparentemente, la posibilidad de ofender o alienar a alguna de las partes involucradas. Sin embargo, esta aparente seguridad esconde una peligrosa verdad: la inacción y la falta de compromiso tienen un coste.

En la política, por ejemplo, “nadar entre dos aguas” se traduce en un intento de no alienar a ninguna facción, de complacer a todos sin comprometerse con ninguno. Este equilibrio precario, sin embargo, a menudo se traduce en falta de liderazgo, ineficacia y una incapacidad para implementar políticas audaces y necesarias. Se prioriza la supervivencia política a corto plazo sobre la consecución de objetivos a largo plazo.

Pero la indecisión no se limita al terreno político. En el ámbito personal, “nadar entre dos aguas” puede manifestarse en la incapacidad de tomar decisiones cruciales sobre el trabajo, las relaciones personales o incluso el futuro personal. Se posterga la elección, se evita el enfrentamiento con la incertidumbre, pero se corre el riesgo de perder oportunidades, de estancarse y de experimentar una profunda insatisfacción.

La decisión de “nadar entre dos aguas” es, en definitiva, una decisión en sí misma. Y aunque parezca una estrategia de mínimo riesgo, a menudo se revela como una apuesta arriesgada, pues la ausencia de rumbo claro puede llevar a ser arrastrado por las corrientes imprevistas de la vida, sin control ni dirección. El verdadero desafío reside en aceptar la incertidumbre inherente a la toma de decisiones y asumir las consecuencias, por difíciles que sean, para poder finalmente alcanzar la orilla deseada. Porque en la vida, como en el agua, la inmovilidad es a menudo más peligrosa que la corriente.