¿Quién fue el creador de la fuente?

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El urinario titulado La Fuente no fue creado en el sentido tradicional. Marcel Duchamp seleccionó un urinario industrial producido en masa y lo firmó con el seudónimo R. Mutt en 1917. Elevándolo a la categoría de obra de arte, Duchamp desafió las convenciones artísticas y la noción misma de autoría en el mundo del arte.

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La provocación de la Fuente: ¿Creación o designación?

La pregunta “¿Quién fue el creador de la Fuente?” es en sí misma una trampa conceptual. Acostumbrados a la idea del artista como un hacedor, un artesano que moldea la materia prima hasta convertirla en una obra original, nos cuesta entender la propuesta radical de Marcel Duchamp y su icónico urinario. No se trata de una creación en el sentido tradicional, sino de una designación, una provocación que transformó para siempre el panorama artístico.

En 1917, Duchamp no esculpió, pintó o moldeó. Seleccionó un urinario de porcelana, un objeto cotidiano, industrial, producido en masa y anónimo. Un objeto utilitario, relegado a la esfera de lo prosaico y lo funcional. A este objeto, Duchamp le aplicó una firma, el pseudónimo “R. Mutt”, y lo tituló “La Fuente”. Este simple gesto, aparentemente banal, fue un acto revolucionario. No se trataba de la habilidad manual, sino de la idea, del concepto.

Con “La Fuente”, Duchamp desafió la noción misma de autoría. ¿Era él el creador por haber concebido la idea? ¿O lo era el fabricante del urinario, el obrero anónimo que le dio forma física? La obra, en su provocativa simplicidad, cuestionaba los criterios establecidos para definir el arte y al artista. No era la belleza, la técnica o la originalidad en la ejecución lo que importaba, sino la intención del artista, su capacidad para resignificar un objeto y presentarlo bajo una nueva luz.

La “Fuente” no fue simplemente un urinario firmado, fue una declaración de principios. Duchamp abría la puerta al arte conceptual, al ready-made, donde la idea prevalece sobre la ejecución. El artista se convertía en un selector, un curador de la realidad, capaz de transformar lo ordinario en extraordinario mediante un simple acto de designación. La obra, por lo tanto, no reside en el objeto en sí, sino en la ruptura que provoca, en el diálogo que establece con el espectador y en la redefinición del concepto mismo de arte. Un legado que, a más de un siglo de su presentación, sigue resonando con fuerza en el arte contemporáneo.