¿Puedo contraer una infección al entrar en una piscina?

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Nadar en piscinas puede acarrear infecciones. La ingestión, el contacto cutáneo o la inhalación de vapores de agua contaminada con gérmenes pueden provocar diarrea, sarpullidos, otitis externa, problemas respiratorios o irritación ocular. Mantener la piscina limpia y seguir prácticas de higiene personal minimizan estos riesgos.

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El agua cristalina esconde un secreto: ¿Puedes enfermarte en la piscina?

La imagen idílica de una piscina reluciente bajo el sol, invitando a un refrescante chapuzón, puede esconder un riesgo menos conocido: la posibilidad de contraer una infección. Si bien el cloro y otros productos químicos ayudan a mantener el agua limpia y segura, no eliminan completamente el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua. La pregunta, por lo tanto, no es si puede ocurrir una infección, sino qué probabilidades existen y cómo minimizarlas.

La contaminación del agua de una piscina puede provenir de diversas fuentes. La más común es la propia actividad de los bañistas. Personas con diarrea, heridas abiertas o infecciones cutáneas pueden liberar patógenos al agua, como E. coli, Salmonella, Giardia y otros virus y bacterias. Incluso la orina y el sudor, aunque no siempre claramente patógenos, contribuyen a desequilibrar la química del agua y a crear un ambiente más propicio para el crecimiento microbiano.

La vía de contagio también es variada. La ingestión accidental de agua contaminada es una ruta principal, especialmente para niños pequeños que tienden a tragar agua durante el baño. El contacto cutáneo directo con agua infectada puede provocar sarpullidos, irritación, foliculitis (inflamación de los folículos pilosos) y otras infecciones de la piel. La inhalación de aerosoles contaminados, producidos al salpicar o por los sistemas de filtración defectuosos, puede generar problemas respiratorios, especialmente en personas con asma o alergias. Finalmente, la otitis externa, comúnmente conocida como “oído de nadador”, puede ser causada por la exposición prolongada del oído a agua contaminada.

Sin embargo, es importante destacar que una piscina bien mantenida y con una adecuada cloración representa una barrera significativa contra la mayoría de las infecciones. El riesgo aumenta significativamente cuando se descuidan las prácticas de higiene básica, como ducharse antes de entrar a la piscina, evitar orinar o defecar en el agua y el adecuado control de heridas abiertas. La frecuencia de limpieza y mantenimiento de la piscina, incluyendo la filtración y la monitorización de los niveles de cloro y pH, también son cruciales para minimizar la propagación de gérmenes.

En resumen, si bien el riesgo de contraer una infección al entrar a una piscina no es elevado en piscinas bien mantenidas y con usuarios responsables, es una posibilidad real. Adoptar medidas preventivas, como la higiene personal rigurosa y la vigilancia del estado de salud antes del baño, junto con la responsabilidad de los administradores de las piscinas en el mantenimiento adecuado del agua, son fundamentales para disfrutar de un baño seguro y saludable.