¿Por qué no se debe comer queso?

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Consumir queso, según el Dr. Barnard, conlleva riesgos significativos para la salud: promueve la obesidad, incrementa el colesterol LDL, eleva la presión arterial, predispone a la diabetes y a enfermedades autoinmunes, además de generar adicción por la liberación de casomorfinas durante su digestión.
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El Queso en el Plato: ¿Deleite Culpable o Riesgo Oculto?

El queso, ese manjar cremoso y versátil que adorna nuestras tablas de quesos y enriquece infinidad de recetas, se enfrenta a una creciente controversia. Si bien su sabor y textura lo convierten en un favorito global, la creciente evidencia científica, respaldada por figuras como el Dr. Neal Barnard, plantea interrogantes sobre su consumo regular y sus posibles efectos adversos en la salud. Este artículo explora los argumentos en contra del consumo habitual de queso, sin pretender demonizarlo completamente, sino brindar información para una elección informada.

El Dr. Barnard, reconocido defensor de la alimentación basada en plantas, señala que el queso, a pesar de su aparente valor nutricional, conlleva riesgos significativos para la salud, que van más allá de su alto contenido calórico. No se trata simplemente de calorías vacías, sino de un complejo cóctel de factores que pueden desequilibrar el organismo.

Uno de los principales argumentos radica en su contribución a la obesidad. Su alta densidad calórica y su contenido en grasas saturadas, especialmente en quesos curados, favorecen el aumento de peso. Este incremento de peso, a su vez, es un factor de riesgo para diversas enfermedades crónicas.

Además, el consumo de queso se asocia a un aumento del colesterol LDL (“malo”), un componente clave en el desarrollo de la enfermedad cardiovascular. Este efecto se ve exacerbado por la presencia de grasas saturadas y colesterol en sí mismo. La elevación del colesterol LDL, a su vez, contribuye a la hipertensión arterial, otro factor de riesgo cardiovascular significativo.

La relación entre el queso y la diabetes tipo 2 también es preocupante. Estudios indican una correlación entre el consumo elevado de queso y un mayor riesgo de desarrollar esta enfermedad. Este efecto puede estar relacionado con su contenido en grasas saturadas y su impacto en la resistencia a la insulina.

Más allá de estos efectos metabólicos, el Dr. Barnard también resalta la posibilidad de que el queso contribuya a la aparición de enfermedades autoinmunes. Si bien se necesita más investigación en este ámbito, la hipótesis se basa en la respuesta inflamatoria que pueden generar ciertos componentes del queso en individuos predisponentes.

Finalmente, un punto menos conocido pero igualmente relevante es la posible adicción inducida por el queso. La liberación de casomorfinas durante la digestión del queso, péptidos con efectos opioides, podría generar una respuesta placentera que lleve a un consumo excesivo y a la dificultad para dejar de consumirlo.

Es crucial destacar que esta información no busca demonizar el queso. Un consumo ocasional y moderado de quesos bajos en grasa y con una elaboración artesanal, que priorice la calidad de la materia prima, podría ser menos problemático. Sin embargo, la evidencia presentada por el Dr. Barnard y otros estudios científicos sugieren la necesidad de moderar su consumo, especialmente para personas con predisposición a enfermedades cardiovasculares, diabetes o enfermedades autoinmunes. La clave, como en la mayoría de los aspectos de la alimentación, reside en el equilibrio y la moderación, privilegiando una dieta rica en frutas, verduras y alimentos integrales. Siempre es recomendable consultar con un profesional de la salud para obtener una evaluación personalizada y un plan nutricional adaptado a las necesidades individuales.