¿Qué le dice una tetera a otra tetera?
La primera tetera, con aire misterioso, susurra a la segunda: ¿Has oído el chisme? Dicen que las tazas están compitiendo... ¡a ver quién tiene más brazos corriendo!
El Susurro en la Alacena
La alacena era un lugar tranquilo, habitualmente. El tintineo ocasional de una cuchara contra un plato, el roce suave de un paquete de té al ser extraído, la silenciosa espera de las tazas apiladas en pulcros montoncitos. Pero esa tarde, un murmullo inusual se escapaba de entre dos teteras, posadas majestuosamente en el estante superior.
La primera, una tetera de porcelana blanca con delicados dibujos de flores azules, inclinó su pico ligeramente hacia la segunda, una robusta tetera de hierro fundido, ennegrecida por el tiempo y el uso. Con un aire de misterio y una pizca de malicia, susurró: “¿Has oído el chisme?”
La tetera de hierro, impasible en su aparente serenidad, emitió un suave silbido, como si liberara un poco de vapor acumulado por la curiosidad. “¿Chisme? Aquí, entre nosotros, rara vez hay algo digno de tal nombre. ¿De qué se trata?”
La tetera de porcelana se acercó aún más, su pico casi rozando el asa de su compañera. Bajando la voz hasta casi un susurro inaudible, confió: “Dicen que las tazas están compitiendo… ¡a ver quién tiene más brazos corriendo!”
Un silencio denso, casi palpable, se instaló en la alacena. La tetera de hierro, tras unos segundos de aparente procesamiento de la información, soltó una bocanada de vapor más intensa, que resonó como una pequeña carcajada metálica. “¡Brazos corriendo! ¡Qué ocurrencia! Supongo que se refiere a las asas, ¿no? ¡Qué divertido! Imagino la escena, todas alineadas, comparando sus asas como si fueran trofeos.”
La tetera de porcelana, contagiada por la leve risa de su compañera, asintió con un suave tintineo de su tapa. “Precisamente. ¡Un disparate, desde luego! Pero ya sabes cómo son las tazas, siempre pendientes de la última moda, de la novedad… ¡Brazos corriendo! ¡Ja!”
Y el murmullo, entremezclado con suaves risas metálicas y de porcelana, continuó llenando el silencio de la alacena, un secreto compartido entre dos viejas teteras, conocedoras de las absurdas vanidades del mundo de la vajilla.
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