¿Qué le dice una tostada a otra?

3 ver

La tostada, acalorada, exclamó a su compañera: ¡Este calor es insoportable dentro de la tostadora! ¡Nos estamos dorando demasiado rápido!.

Comentarios 0 gustos

El Diálogo Crujiente: Una Conversación entre Tostadas

El aroma a pan tostado recién hecho inundaba la cocina, un olor familiar y reconfortante. Pero dentro de la tostadora, la situación era menos idílica. Dos rebanadas de pan, destinadas a convertirse en el desayuno perfecto, se enfrentaban a una crisis existencial a alta temperatura.

La tostada, que más tarde sería identificada como la tostada número uno, se retorcía ligeramente en su ranura, su superficie ya comenzaba a adquirir un dorado intenso. Acalorada, tanto por la temperatura como por la premura de la situación, exclamó a su compañera, la tostada número dos, ubicada en la ranura adyacente: “¡Este calor es insoportable dentro de la tostadora! ¡Nos estamos dorando demasiado rápido! ¡Mira mi color, estoy a punto de carbonizarme!”.

La tostada número dos, ligeramente menos tostada que su vecina, respondió con un susurro, un crujido casi imperceptible: “¡Tienes razón! Siento que mis poros se expanden a una velocidad alarmante. Debemos hacer algo. ¡No quiero terminar como un carbón vegetal!”.

Un silencio, roto solo por el zumbido de la tostadora, se instaló entre las dos rebanadas. El destino parecía inminente: una muerte dorada y crujiente. Sin embargo, la tostada número uno, en un acto de audacia panadera, ideó un plan.

“¡Escucha!”, susurró, con la voz entrecortada por el calor. “¡Debemos intentar movernos! Si logramos cambiar nuestra posición, tal vez consigamos una distribución del calor más uniforme y evitemos quemarnos”.

La tostada número dos, aunque dudosa, aceptó el riesgo. Con un esfuerzo hercúleo para dos rebanadas de pan, se retorcieron ligeramente en sus ranuras, intentando lograr una nueva posición. El resultado fue una ligera redistribución del calor, no un milagro, pero suficiente para evitar la completa incineración.

Finalmente, el mecanismo de la tostadora se detuvo. Ambas tostadas, aunque bastante doradas, salieron con vida – o mejor dicho, con un delicioso dorado – de su experiencia cercana a la muerte. Se encontraron en el plato, ligeramente chamuscadas pero intactas, listas para ser untadas con mantequilla y mermelada, compartiendo una historia de valentía y supervivencia que solo ellas podían entender. Y así, la conversación crujiente entre las dos tostadas, pasó a la leyenda de los desayunos.