¿Qué diferencia hay entre un alimento adulterado y alterado?

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Un alimento adulterado se modifica intencionadamente, alterando su composición original, por ejemplo, para ampliar su volumen o abaratar costos, perjudicando su calidad y seguridad. Un alimento alterado, en cambio, sufre cambios no intencionales en su composición.
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Adulterado vs. Alterado: Cuando la comida nos engaña

Al hablar de seguridad alimentaria, es fundamental distinguir entre dos conceptos que, aunque parecidos, esconden realidades muy distintas: la adulteración y la alteración de alimentos. Ambos implican cambios en la composición de lo que comemos, pero la intencionalidad detrás de estos cambios marca la diferencia crucial.

Adulteración: Engaño enmascarado

Imaginemos un frasco de miel aparentemente perfecto. Su color dorado y textura viscosa nos invitan a probarla, pero detrás de esta fachada puede esconderse una trampa: la adulteración. Este proceso, con fines puramente lucrativos, implica la modificación intencionada del alimento para abaratar costos o aumentar su volumen, sacrificando la calidad y, en muchos casos, la seguridad del consumidor.

En nuestro ejemplo, la miel podría haber sido mezclada con jarabe de maíz, un ingrediente más económico, para aumentar su volumen y engañar al consumidor, quien cree estar comprando un producto puro. Esta práctica, además de fraudulenta, puede tener consecuencias para la salud, especialmente para personas con ciertas condiciones médicas.

La adulteración puede tomar muchas formas:

  • Sustitución: Reemplazar un ingrediente costoso por uno más barato, como en el caso de la miel.
  • Adición de sustancias: Incorporar aditivos no declarados para mejorar el aspecto, sabor o conservación del alimento, como colorantes o conservantes no autorizados.
  • Eliminación de componentes: Retirar elementos valiosos del alimento, por ejemplo, extraer la grasa de la leche y venderla por separado.

Alteración: El enemigo silencioso

A diferencia de la adulteración, la alteración de un alimento no es intencional. Se produce por factores externos que afectan al producto y modifican sus características originales, como la temperatura, la humedad, la luz o la acción de microorganismos.

Un ejemplo claro es la aparición de moho en el pan. Este proceso, provocado por el crecimiento de hongos, es un signo evidente de alteración y lo vuelve inadecuado para el consumo.

Otros ejemplos de alteración incluyen:

  • Oxidación de las grasas: Provoca olores y sabores desagradables, como el “sabor a rancio” en frutos secos o aceites.
  • Fermentación: Puede ser beneficiosa en algunos casos (yogur, cerveza), pero indeseada en otros, como la fermentación del jugo de fruta, que lo vuelve agrio e inadecuado para beber.
  • Putrefacción: Descomposición de proteínas por bacterias, generando mal olor, cambio de color y textura desagradable en carnes o pescados.

Proteger nuestra mesa, una responsabilidad compartida

Tanto la adulteración como la alteración de alimentos representan un riesgo para la salud pública. Es crucial ser consumidores informados, leer las etiquetas, elegir productos de calidad y almacenarlos correctamente para minimizar los riesgos. Las autoridades sanitarias, por su parte, juegan un papel fundamental en la vigilancia, control y penalización de las prácticas fraudulentas que ponen en peligro nuestra salud.