¿Qué es el rechazo alimentario?

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La negativa infantil a consumir alimentos puede manifestarse como rechazo generalizado a la mayoría o todos los alimentos, o como selectividad, donde se acepta un rango limitado de opciones y se recusan nuevos nutrientes. Esta conducta alimentaria restrictiva puede generar preocupación en los padres.
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El Rechazo Alimentario: Un Desafío en la Mesa Familiar

El acto de comer, más allá de una necesidad fisiológica, se entrelaza con un complejo universo de emociones, texturas, aprendizajes y experiencias sensoriales. Para los niños, en pleno desarrollo de su autonomía y preferencias, la comida puede convertirse en un campo de batalla donde se libra una silenciosa lucha de poder: el rechazo alimentario.

Este fenómeno, que genera comprensible inquietud en los padres, se manifiesta de diversas maneras. Puede presentarse como un rechazo generalizado, una auténtica negativa a ingerir la mayoría o la totalidad de los alimentos ofrecidos. Imaginemos un plato prácticamente intacto después de cada comida, una constante batalla para que el niño abra la boca, una fuente inagotable de frustración tanto para el pequeño como para quienes le rodean.

En otros casos, el rechazo alimentario adopta la forma de una selectividad extrema. Aquí, el niño acepta un repertorio limitado de alimentos, a menudo con características sensoriales muy específicas, y rechaza con vehemencia la incorporación de nuevos nutrientes a su dieta. Esta “neofobia alimentaria”, miedo a lo nuevo en la mesa, puede ser una etapa del desarrollo, pero si se prolonga en el tiempo, puede derivar en carencias nutricionales y dificultar la convivencia familiar en torno a la alimentación.

¿Qué hay detrás de esta conducta restrictiva? Las causas pueden ser múltiples y entrelazadas. Factores fisiológicos, como alergias o intolerancias alimentarias, pueden generar molestias al ingerir ciertos alimentos, asociándolos a una experiencia negativa. También influyen aspectos sensoriales, como la textura, el color, el olor o la temperatura de la comida, que pueden resultar desagradables para el niño.

No podemos olvidar el componente emocional. La ansiedad, el estrés, la búsqueda de atención o incluso un simple episodio de gastroenteritis pueden desencadenar un rechazo alimentario. La presión por parte de los adultos para que el niño coma, si bien nace de la preocupación, puede paradójicamente agravar el problema, creando un círculo vicioso de tensión y rechazo.

Afrontar el rechazo alimentario requiere paciencia, comprensión y un enfoque integral. Observar al niño, identificar posibles desencadenantes, ofrecer nuevas opciones de forma gradual y sin presiones, crear un ambiente relajado a la hora de la comida y, en caso de persistir el problema, buscar el apoyo de profesionales de la salud, como pediatras o nutricionistas, son pasos fundamentales para ayudar al niño a desarrollar una relación sana y positiva con la alimentación. El objetivo no es solo que el niño coma, sino que aprenda a disfrutar de la comida como una experiencia placentera y nutritiva.