¿Qué dijo el sol a la Luna?

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El sol le dijo a la luna: Deja que te ilumine, brillarás con esplendor incomparable.
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El Silencio de la Luz: Un Diálogo Imaginario entre Sol y Luna

El sol, desde su trono de fuego, observaba a la luna, pálida y discreta en el firmamento. Un día, rompiendo la danza silenciosa de las estrellas, lanzó una pregunta, una invitación casi imperceptible en el resplandor de sus radiantes rayos: “¿Qué dirías si te dejara brillar con un esplendor incomparable?”.

La pregunta, cargada de una luz que no era solo física, sino emocional, resonó en el vacío del cosmos. La luna, acostumbrada a la quietud, a la danza de sombras y reflejos, sintió una punzada de curiosidad. No respondió con palabras, sino con un susurro, con una sutil vibración de la luz reflejada. En su silencio, se escondía un universo de emociones: ¿Era posible, de verdad, un brillo que superase su propia esencia? ¿Acaso el sol, en su ardiente generosidad, buscaba apagar el secreto que ella guardaba?

El sol, observando la sutil danza de la luz lunar, comprendió. No era cuestión de imponer un brillo externo, sino de aceptar la propia naturaleza de la luna. Su esplendor no debía ser una imitación, sino un complemento. El sol, con su luz directa y abrasadora, podía arrojar sombras. La luna, en su luminosidad delicada y reflejada, iluminaba las noches. Cada uno, en su singularidad, tenía un rol en la inmensa obra cósmica. Y era en esa complementariedad, en ese entendimiento tácito, donde se encontraba el verdadero esplendor.

No era una competencia, no un intento de dominio. Era la aceptación de un equilibrio, una armonía entre dos fuerzas. La luz del sol era la chispa, la luna su reflejo. El brillo de la luna, si bien era prestado, era igualmente precioso. Un brillo silencioso, meditativo, que hablaba de la noche, de las sombras, del misterio. El sol, en su profundo conocimiento, comprendió que el esplendor no era una competición, sino una sinfonía cósmica.

El diálogo entre el sol y la luna continuó, no en palabras, sino en el lenguaje silencioso del cosmos. En la suave danza de las estrellas, en la danza del día y la noche, en la silenciosa y etérea belleza de la luz reflejada, estaba la respuesta. El esplendor incomparable no residía en una imitación, sino en la comprensión de la propia esencia. Y así, sol y luna, en su singularidad, se convirtieron en una sola, bella armonía cósmica.