¿Qué le dijo Mitsuri a Obanai cuando estaban muriendo?
Entre lágrimas, Mitsuri confesó su amor a Obanai, recordando con cariño sus comidas compartidas, iluminadas por su mirada tierna. Anhelando un futuro juntos, le preguntó si, renacidos como humanos, la tomaría por esposa.
El Susurro Final: El Amor de Mitsuri y Obanai en la Sombra de la Muerte
La batalla había terminado, dejando tras de sí un rastro de destrucción y un silencio sepulcral que contrastaba brutalmente con la frenética energía que lo había precedido. Mitsuri Kanroji, la Pilar del Amor, y Obanai Iguro, el Pilar de la Serpiente, yacían juntos, sus cuerpos magullados y ensangrentados, la vida escapando lentamente de sus heridas. El aire, saturado con el olor a sangre y tierra mojada, era denso, pesado, cargado de una tristeza que apretaba el corazón. Pero en medio de esa devastación, florecía un amor silencioso, un último susurro de esperanza antes del eterno silencio.
No hubo palabras grandilocuentes, ni promesas rimbombantes. El discurso final de Mitsuri a Obanai fue una confesión simple, nacida de la profunda vulnerabilidad de la muerte inminente. Entre jadeos dolorosos y el flujo constante de lágrimas que empañaban su visión, Mitsuri habló con una voz apenas audible, su mano temblorosa acariciando la mejilla de Obanai. No era una declaración de amor dramática, sino un dulce recuerdo entretejido con un anhelo profundo.
Recordó las comidas que habían compartido, momentos fugaces de paz y alegría en medio del constante peligro de su vida como Demon Slayers. Imágenes de la mirada de Obanai, por lo general fría y severa, suavizándose con una ternura inesperada mientras la observaba, inundaron su mente. Esos instantes, grabados en su memoria como joyas preciosas, brillaban con una intensidad aún mayor en la penumbra de su partida.
Su confesión no fue una simple declaración de “te amo”, sino un anhelo desesperado por un futuro que quizás nunca llegaría. Con la fragilidad de una flor a punto de marchitarse, Mitsuri le preguntó: “¿Si… si renaciéramos como humanos… te casarías conmigo?”. La pregunta era una oración, una plegaria susurrada al vacío, un deseo que se elevaba por encima del dolor, un latido de esperanza en el umbral de la eternidad.
La respuesta de Obanai quedó implícita en el suave roce de sus dedos sobre los de Mitsuri, en la mínima contracción de sus labios, en la ternura que, por un instante, eclipsó la fría máscara que siempre había llevado puesta. No necesitó palabras. El silencio, en ese momento, hablaba más que cualquier declaración verbal. Era un silencio cargado de un amor profundo, un amor que había florecido en secreto, entre las sombras y el peligro, un amor tan indestructible como la muerte misma.
La escena no fue un espectáculo épico, sino un íntimo y desgarrador testimonio de la fuerza del amor en medio de la adversidad, un último susurro entre dos almas destinadas a unirse, incluso más allá del límite de la vida. Su historia, un lamento de lo que pudo ser, resonará en la memoria de aquellos que conocen su sacrificio, un testimonio silencioso de un amor que trascendió la muerte.
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