¿Cómo se le llama a una persona que dice dichos?

7 ver

Quien abusa de refranes y dichos para justificar cualquier acción o idea, es calificado despectivamente como un hombre refranero o, incluso, un hombre majadero, denotando la irritación que genera su uso excesivo y poco acertado.

Comentarios 0 gustos

El peso de los refranes: más allá del dicho

El lenguaje, un tesoro de sabiduría popular, se manifiesta a través de proverbios, refranes y dichos. Estos condensados de experiencia, a menudo con una gran carga cultural, pueden iluminar una conversación o añadir un toque de ingenio. Sin embargo, cuando la repetición y el uso indiscriminado de estos adagios se convierten en la norma, la figura que los utiliza se enfrenta a un juicio crítico.

La persona que abusa de los refranes y dichos para justificar cualquier acción o idea, sin importar la adecuación del contexto, no es simplemente alguien que utiliza un lenguaje coloquial. Se le califica, con un matiz despectivo, como un hombre refranero o, incluso, un hombre majadero. Este calificativo no se limita a la simple expresión de desacuerdo, sino que denota la irritación que genera su uso excesivo y poco acertado.

La diferencia entre un hablante culto que incorpora refranes a su discurso y un “hombre refranero” radica en la intención. El primero los utiliza para enriquecer y dar matices a su comunicación, seleccionando los dichos que mejor se ajustan al contexto. El segundo, en cambio, los utiliza como un escudo, un mecanismo para justificar cualquier comportamiento o creencia, con independencia de si las palabras encajan o no con la situación. Es un uso mecánico, carente de la capacidad crítica necesaria para entender la complejidad de la realidad.

Esta actitud a menudo se relaciona con la falta de argumentación propia, con la incapacidad de formular ideas de forma original. Los refranes, en manos del “hombre refranero”, se transforman en una arma para evadir la responsabilidad y justificar lo injustificable. Suenan vacíos, porque la profundidad del proverbio original se pierde en la superficialidad del uso repetitivo.

En definitiva, el refranero no es un malhablante en el sentido de que no use correctamente la gramática o el léxico, sino que su problema radica en un uso abusivo e inadecuado de la sabiduría popular. Su discurso, cargado de dichos, se vuelve monótono y, en última instancia, poco convincente. Mientras la sabiduría popular se nutre de la reflexión sobre la experiencia, el hombre refranero se refugia en la repetición, empobreciendo su propia comunicación. La verdadera riqueza del lenguaje reside en la capacidad de dialogar, argumentar y expresar ideas propias, no en el mero despliegue de frases hechas.