¿Cuándo se inventó la lectura y la escritura?

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La lectura surgió junto con la escritura alrededor del 3500 a. C. en Mesopotamia. Inicialmente, se empleaba la arcilla como soporte para registrar información, principalmente para la contabilidad de bienes y el control del comercio. La necesidad de conservar y transmitir estos registros comerciales impulsó el desarrollo de símbolos y, eventualmente, la lectura.

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El Origen Conjunto de la Lectura y la Escritura: Un Vínculo Indisoluble Nacido en Mesopotamia

La pregunta sobre cuándo se inventó la lectura y la escritura nos lleva a un fascinante viaje hacia los albores de la civilización, un período donde la necesidad y la innovación convergieron para dar forma a la comunicación humana como la conocemos hoy. Lejos de ser un desarrollo singular, la lectura y la escritura emergieron juntas, entrelazadas, como dos caras de una misma moneda, alrededor del año 3500 a. C. en la fértil tierra de Mesopotamia.

A menudo pensamos en la escritura como un sistema de símbolos diseñado para ser leído, pero el contexto original de su creación es fundamental para comprender por qué ambas disciplinas nacieron simultáneamente. No se trataba inicialmente de preservar historias épicas o expresar ideas abstractas, sino de algo mucho más práctico y terrenal: la gestión de la economía.

En la antigua Mesopotamia, la arcilla era el material predominante. Esta abundancia permitió el desarrollo de tablillas que servían como el primer soporte tangible para la información. Imaginen la escena: ciudades en expansión, florecientes centros de comercio y la creciente necesidad de llevar un registro preciso de los bienes, las transacciones y los impuestos. Aquí es donde la escritura, en su forma más rudimentaria, hizo su aparición.

Los primeros sistemas de escritura, como el cuneiforme sumerio, no eran alfabéticos. Consistían en símbolos pictográficos, es decir, representaciones visuales simplificadas de objetos. Un dibujo de una oveja representaba una oveja, un dibujo de una espiga de trigo representaba el trigo. Estos pictogramas, grabados en la arcilla fresca con una cuña (de ahí el nombre “cuneiforme”), permitían llevar un registro básico de la contabilidad.

Pero, ¿dónde entra la lectura en todo esto? La clave reside en el propósito de estos registros. No eran simplemente dibujos decorativos; eran documentos destinados a ser interpretados. La capacidad de comprender qué representaba cada símbolo era esencial para verificar la información, para auditar las cuentas y para asegurar la transparencia en el comercio. Por lo tanto, la necesidad de registrar información (escritura) generó inevitablemente la necesidad de comprenderla y descifrarla (lectura).

La lectura en esta etapa temprana no era, por supuesto, la lectura fluida y compleja que conocemos hoy. Era una habilidad especializada, reservada para escribas y administradores, personas entrenadas para interpretar los símbolos y extraer la información relevante. Sin embargo, esta forma temprana de lectura, aunque limitada, fue fundamental para el desarrollo posterior de sistemas de escritura más abstractos y complejos.

Con el tiempo, los pictogramas se fueron simplificando y abstrayendo, dando lugar a símbolos que representaban sonidos y conceptos más que objetos concretos. Este proceso de abstracción requirió un mayor dominio de la lectura, ya que el significado ya no era inherentemente obvio en el símbolo mismo.

En resumen, la lectura y la escritura no son invenciones separadas, sino dos caras de la misma moneda, nacidas de la necesidad de gestionar la creciente complejidad de la sociedad en la antigua Mesopotamia. La arcilla, la economía y la imperiosa necesidad de comunicar y conservar la información, fueron los ingredientes que dieron origen a estas dos habilidades fundamentales que siguen moldeando nuestro mundo hasta el día de hoy. La lectura y la escritura, desde sus humildes comienzos como herramientas de contabilidad, han trascendido su propósito original para convertirse en pilares fundamentales de la cultura, la educación y la comunicación humana.