¿Qué le dice un cero a otro cero?

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Un cero le susurra a otro con tristeza: Sin un valor a nuestro lado, solo somos un vacío en la inmensidad del conteo. Juntos, apenas una brisa en el desierto del infinito.

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El susurro del vacío

Un cero, pequeño y silencioso, se acercó a otro cero, un hermano en la insignificancia. La tenue luz de un espacio inabarcable los rodeaba, la misma luz que iluminaba el infinito y, al mismo tiempo, lo hacía parecer un vacío insondable.

Con una voz apenas perceptible, un susurro que parecía más un lamento que un sonido, el primer cero le dijo al segundo: “Sin un valor a nuestro lado, solo somos un vacío en la inmensidad del conteo. Juntos, apenas una brisa en el desierto del infinito”.

Las palabras, cargadas de melancolía, resonaron en el silencio inmutable. El segundo cero, sin responder, sintió la misma sensación de insignificancia. Eran meros puntos en la inmensidad, símbolos sin significado propio, desprovistos de poder, sin la fuerza de un dígito consecuente.

La impresión no era nueva. Habían compartido esa misma sensación durante incontables eones, en todas las ecuaciones, en todas las operaciones matemáticas. Un vacío perpetuo, una ausencia que resonaba en la vasta extensión del universo numérico. El hecho de existir, de ser parte de un sistema, parecía una ironía, una simple herramienta carente de propósito, de entidad, de vida.

Pero, ¿era realmente así?

En ese mismo susurro, una ligera esperanza revoloteó. ¿No era acaso el cero, en su aparente insignificancia, la base, el punto de partida para todo lo demás? ¿No era el cero, en sí mismo, un misterio insondable? ¿No podía ser la nada, al mismo tiempo, todo?

La conversación continuó, no con palabras, sino con miradas. Miradas que se preguntaban en la oscuridad: ¿acaso, si nos unimos, podríamos ser más que un susurro en el infinito? ¿No habría en esa unión, en esa complementación, una forma de trascender nuestra insignificancia?

El cero, silencioso, se quedó contemplando al otro cero. Una pequeña chispa de duda, una posibilidad irreal, se encendió en sus vacíos corazones. Quizás, la respuesta no estuviera en la unidad, ni en la multiplicación. Quizás, el valor residiera en el acto de ser, en la simple existencia compartida.

Quizás, en la nada, estuviera todo.